“Uf! Me aburro”. Aquella voz se escuchaba por todas partes. No era una voz normal, como de alguien que dice me aburro. Ni una voz normal como de alguien que grita me aburro. Ni una voz normal como de alguien que susurra me aburro. Definitivamente aquella voz que se escuchaba ¡no era normal! Y no era normal porque aquella voz que decÃa “me aburro” era la voz de la luna. Y como todo el mundo sabe la voz de la luna no es una voz normal.
Una estrella fugaz que pasaba por el cielo en aquel momento preguntó: ¿por qué te aburres?, por la noche todas las estrellas te hacemos compañÃa. Las estrellas no nos aburrimos nunca. “Claro – contesto la luna- pero vosotras jugáis con vuestras amigas, formáis constelaciones, de vez en cuando echáis una carrerita, y vuestras pandillas tienen nombres muy chulos. Que si la Osa Mayor, que si Orión, que si Centauro… pero yo, aquà estoy, siempre lo mismo. Luna llena, o menguante, o creciente, o nueva, y pare usted de contar.”
La estrella fugaz no entendÃa muy bien que la luna se aburriera. A fin de cuentas que querÃa, la luna es la luna y debe estar para lo que debe estar. La cuestión era que… por cierto – pensó la estrella - ¿para que sirve la luna?
Lo cierto es que, preocupada por su enorme amiga, la estrella le contó una historia que habÃa oÃdo en uno de sus largos viajes a través del cielo. Amiga luna - dijo la estrella – si quieres que te diga la verdad no puedo entender que te aburras tanto. Pero en uno de mis viajes me hablaron de un sitio tan bonito que es dificilÃsimo aburrirse. Y ¿dónde está ese sitio? - quiso saber la luna-. La estrella respondió: no estoy muy segura, pero si quieres lo buscamos juntas. De acuerdo - contestó la luna - vamos a buscarlo juntas. Debe ser increÃble un sitio tan bonito que nadie se pueda aburrir jamás.
Y a partir de aquella noche la luna y su amiga, la estrella, oteaban desde el cielo con mucho interés buscando y buscando. Se trataba de encontrar un lugar maravilloso en el que no fuera posible aburrirse. Se fijaron en muchos lugares. Algunos eran bonitos, pero un poco aburridos. Otros eran divertidillos, pero no demasiado. Vieron lugares donde hacÃa un calor insoportable, y otros en los que el frÃo le helaba a uno hasta las ideas. Buscaron y buscaron sin encontrar el lugar que buscaban.
Un dÃa, o mejor dicho una noche, cuando la luna y su amiga la estrella estaban a punto de darse por vencidas se fijaron en un lugar en el que nunca se habÃan fijado antes. Era un lugar muy particular. En aquel lugar habÃa un hermoso rÃo. El rÃo regaba una hermosa huerta. La huerta rodeaba una hermosa ciudad. Además habÃa una montaña grande y una montaña pequeña. Encima de la montaña grande habÃa una cruz muy grande. Encima de la montaña pequeña habÃa un castillo muy grande.
Aquel sitio era realmente hermoso. De pronto la luna dijo a su amiga la estrella “aquà si que me gustarÃa estar. Aquà yo creo que nunca me aburrirÃa”. La estrella respondió: es todo tan bonito que si quieres nos podemos quedar por aquà a disfrutar del ambiente. Pero yo quiero bajar y estar cerca de las montañas. Yo quiero bajar y estar cerca del rÃo. Yo quiero bajar y estar cerca de la ciudad. La estrella miró perpleja a la luna. Querida amiga, sabes que no podemos bajar. Nuestra vida está en el cielo. “Pues yo quiero bajar”, insistió la luna. “No puedes” insistió la estrella. “Pues yo quiero bajar”, insistió la luna. “No puedes” insistió la estrella. “Pues yo quiero bajar”, insistió la luna. “No puedes” insistió la estrella.
Y la verdad es que se hubieran pasado la vida diciendo lo mismo si no hubiera llegado el rey del cielo… La luna y la estrella estaban tan acaloradas discutiendo que no se dieron cuenta de que el dÃa se les echó encima. ¡Buenos dÃas! tronó la voz del sol. ¿Se puede saber que estáis haciendo aquÃ? La luna y la estrella se miraron un poco asustadas. “La verdad es que no nos hemos dado cuenta de lo tarde que era” exclamaron a la vez. El sol se enfada un poco cuando llega el dÃa y la luna está en el cielo. Pero aún se enfada más si llega el dÃa y hay estrellas en el cielo. Por eso cuando llega el dÃa la luna y las estrellas se van a descansar. Para que el sol no se enfade. Sólo algunas veces cuando es de dÃa la luna está en el cielo. Pero eso sólo pasa cuando es el cumpleaños de la luna. O su santo. Entonces el sol la deja quedarse un ratito más largo. Pero eso no pasa casi nunca.
Aquel dÃa no era el cumple de la luna. Tampoco era su santo. Por eso el sol se enfadó un poco cuando vio a la luna en el cielo siendo de dÃa. También se enfadó por que era de dÃa y habÃa una estrella en el cielo. La luna y la estrella explicaron al sol que era lo que pasaba. El sol escuchó muy atento a la estrella. Luego escuchó muy atento a la luna. Al final el sol dijo: Está claro querida luna, no puedes bajar. El sol en el cielo manda bastante. De hecho el sol en el cielo es el que más manda. Cuando el sol manda en el cielo, todos obedecen. Cuando el sol manda en el cielo obedecen las nubes. Cuando el sol manda en el cielo obedecen las estrellas. Cuando el sol manda en el cielo obedece hasta la luna.
El sol dijo a la luna que no podÃa bajar. La luna decidió entonces que no iba a bajar. La luna se quedó triste, muy triste. Abajo el rÃo, la montaña grande, la montaña pequeña y la huerta habÃan escuchado toda la conversación. Escucharon lo que dijo el sol. Escucharon lo que dijo la estrella y lo que dijo la luna. Al rÃo, a la montaña grande y a la montaña pequeña les hubiera gustado que la luna bajara a jugar con ellos. Estaba claro que eso no iba a poder ser. Pero entonces tuvieron una idea. Un buen montón de palmeras que vivÃan cerca del rÃo, y cerca de la montaña pequeña, y muy cerca de la montaña grande se reunieron para dar una sorpresa a la luna. Las palmeras no querÃan que la luna estuviera triste, y por eso… se disfrazaron de luna. Todas las palmeras se juntaron formando un hermosÃsimo palmeral. Era un palmeral con forma de luna menguante – que es cuando la luna tiene forma de sonrisa -.
El dÃa pasó, y al llegar la noche la luna regresó a aquel lugar. Al mirar hacia abajo, se vio como reflejada en un espejo. Pero no era un espejo de agua. La luna estaba acostumbrada a verse reflejada en el agua. Era un espejo de palmeras. La luna se quedó perpleja. “Las palmeras no reflejan la luna – pensó – esto es muy raro. Entonces la jefa de las palmeras habló a la luna. “Amiga nuestra, nos daba mucha pena que estuvieras triste. Por eso nos hemos convertido en una especie de luna para que sepas que siempre pensaremos en ti. Tú serás siempre nuestra amiga. Además si alguna vez quieres bajar, sin que el sol se entere, podrás esconderte entre nosotras y pasar desapercibida.” La luna se emocionó tanto que empezó a llorar. Y de cada lágrima de luna que llegó al suelo una nueva palmera apareció en aquel palmeral. Y asà aquel montón de palmeras se convirtieron en el palmeral más hermoso del mundo. Y desde entonces, aquella tierra hermosa tiene además de un rÃo, y una montaña grande, y una montaña pequeña, y una hermosa ciudad, y una huerta preciosa, un palmeral hermoso y amigo de la luna para siempre.
- FIN -
Autor: José Vergara Durá
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Diseño: Jaime Soriano Aquino
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